miércoles, 13 de mayo de 2015

CIENCIA FORENSE CHINA EN EL SIGLO XIII


Cuando en Europa faltaban algo más de dos siglos y medio para la publicación de los primeros tratados que se consideran el origen de la medicina forense occidental, en China el erudito e investigador Sung T’zu (Sòng Cí, en la transliteración unificada pinyin: no confundir con el Sung Tzu autor del celebre tratado El Arte de la Guerra, un general del siglo VI) realizaba ya una recopilación crítica y comentada de textos de interés criminalista —con especial énfasis en la patología y antropología forenses—, que venían escribiéndose en el Imperio Amarillo desde, al menos, el siglo III a.C. Tituló la obra Xí-yuān lù jí-zhèng, que significa algo así como Recopilación de Casos de Injusticia Rectificada, y la publicó en el año 1247 con el ánimo de instruir a los funcionarios comisionados para la investigación de casos de muertes dudosas.

Existen numerosas traducciones de este libro a las lenguas europeas. Alguna de ellas, como la de H. A. Giles, de 1924, pueden encontrarse online. Pero, según el consenso general, la versión más completa, fiable y coherente de esta pequeña joya literaria es la de Brian E. McKnight, de 1981, publicada con el título de The Washing Away Of Wrongs y con una generosa introducción que ayuda a comprender el contexto sociocultural en el que vivió, investigó y escribió Sòng Cí.


Este libro puede conseguirse todavía a través de Amazon por un precio nada asequible, si bien existe una versión barata del mismo que no ha generado buenas críticas, en absoluto.

No es que la obra de Sòng Cí vaya a revelarle nada nuevo al criminalista del siglo XXI, pero sí le ofrece una perspectiva histórica necesaria para comprender de un modo más real y más completo su propia materia. Series como CSI, Bones y un largo etcétera nos han acostumbrado a contemplar la investigación criminal en términos muy tecnófilos, muy vanguardistas, muy futuristas... los de un futuro hecho presente por virtud del imparable progreso científico. Sòng Cí nos muestra, sin embargo, que la criminalística era una disciplina eficiente, exigente y bien consolidada en la China de su tiempo e incluso anterior.


Del investigador criminal se requería ya entonces objetividad, honestidad, minuciosidad y rigor. Si la dificultad del proceso le obligaba a pernoctar en la aldea donde se había producido la muerte dudosa objeto de su investigación, debía asegurarse de que los dueños de la casa donde se alojaba no estuvieran emparentados ni con la víctima ni con el acusado para no dar lugar a sospechas de favoritismo entre las personas relacionadas de uno u otro modo con el caso. Antes de examinar el cadáver, tenía que estudiar las circunstancias del posible crimen y la victimología del fallecido a partir de los alegatos de testigos directos e indirectos y de los documentos concernientes. Si la víctima estaba sólo herida, había que establecer un “límite de muerte”, esto es, un periodo máximo de tiempo dentro del cual la muerte del dañado (si finalmente se producía) se consideraría, a todos los efectos legales, consecuencia de las lesiones sufridas. En este caso, el acusado era condenado por homicidio; en caso contrario, meramente por un delito de lesiones, recibiendo la pena menor correspondiente. El “límite de muerte”, en cualquier caso, se estipulaba de acuerdo con el tipo de lesión sufrida y la naturaleza del instrumento con el que se había infligido.  

El examen del cadáver incluía la descripción y medición del contexto físico en que se hallaba y de la posición del cuerpo en relación a todo el resto del escenario. Las heridas tenían que ser medidas en anchura, longitud y profundidad. Posteriormente se proclamaban en voz alta; se marcaban con tinta roja, según su localización en el cadáver, en las ilustraciones impresas del cuerpo humano —dorsales y ventrales— que el funcionario forense llevaba consigo; se mostraban a todos los participantes en la investigación y, si éstos estaban de acuerdo con la representación final, firmaban los impresos otorgándoles categoría de documentos probatorios... Impresos, sí, porque la imprenta, tanto xilográfica como metálica de tipos móviles, estaba ya bien establecida en la China del siglo XIII.


El cadáver debía ser examinado fuese cual fuese su estado: fresco, hinchado, en avanzada descomposición o esqueletonizado. Había métodos (cuya eficacia este comentarista se ve incapaz de juzgar) para tratar el cuerpo de modo que se manifestasen en él las heridas, contusiones y fracturas no aparentes. En caso de múltiples lesiones, había que identificar específicamente la causante de la muerte; en caso de múltiples asaltantes, había que identificar específicamente al principal responsable, el causante del traumatismo mortal. A la primera investigación sucedía con frecuencia una segunda, de carácter supervisor, y el funcionario forense original era penal y plenamente responsable de sus errores voluntarios tanto como involuntarios.

El libro de Sòng Cí revela que en su tiempo había ya conocimientos, cuando menos rudimentarios, de entomología forense. Cuenta, por ejemplo, el caso de un crimen cometido con una hoz. El investigador, incapaz de resolver el asunto por medio de la victimología del asesinado, mandó que todo el que tuviera hoz en la aldea se la presentase. Depositó todas las hoces en el campo, bajo el sol, y observó que las moscas acudían a una sola de ellas, la que tenía en su hoja restos de sangre no perceptibles por la vista humana. Detuvo al dueño del arma asesina y logró de él una confesión instantánea, viéndose el desdichado incapaz de contradecir el testimonio de los impertinentes bicharracos.


El concepto de “descomposición diferencial” (la descomposición acelerada que provocan los insectos en las heridas del cadáver) no era ajeno a Sòng Cí: Durante los meses cálidos, si los gusanos no han aparecido todavía en los nueve orificios [los naturales], pero lo han hecho en las sienes, la línea del nacimiento del cabello, la caja torácica, o el vientre, es porque estas partes han sido heridas.

La relación entre la temperatura climática y la velocidad de descomposición de un cadáver no es algo que requiera de mucha observación o reflexión para ser percibida. Sin embargo, su cuantificación no es precisamente sencilla. Bill Bass, por ejemplo, el creador de la Granja de Cadáveres (Body Farm), tras rigurosos estudios en su macabro laboratorio de la putrefacción humana, llegó al concepto de “grados diarios acumulados” (accumulated degree days) o ADD en sus siglas inglesas. El ADD es una unidad de medición que correlaciona el nivel de descomposición de un cuerpo con la cantidad de calor climático que le ha afectado desde el momento de la muerte. Diez días a 30oC de temperatura media en verano constituyen 300 ADD (30 x 10), que son equivalentes a 30 días a 10oC de temperatura media en invierno. Tanto en una estación como en otra, un cadáver con 300 ADD (o grados de temperatura acumulados) mostrará unos signos de descomposición específicos, de modo que, para conocer el intervalo postmórtem, basta con ir restando de la cantidad de ADD correspondiente a ese estado de decaimiento la temperatura media de cada día precedente hasta llegar a cero:

ADD - (TMP1 + TMP2 + TMP3 ... + TMPn) = 0
o bien:
ADD = TMP1 + TMP2 + TMP3 ... + TMPn
=> IPM = n
 
donde ADD es la cantidad de grados acumulados correlativa a un estado de decaimiento específico, TMP es la temperatura media diaria precedente, desde el día del hallazgo del cuerpo (TMP1) hasta el día de la muerte (TMPn), e IPM es el intervalo postmórtem. Resumiendo, de acuerdo con Bass, el tiempo transcurrido entre la muerte y el hallazgo del cadáver en un escenario determinado es igual al número de días necesarios, de temperatura media conocida, para acumular la cantidad de calor correlativa a un estado de descomposición específico. La belleza de usar ADD —escribe Bass (Beyond the Body Farm, p. 10)— para registrar la descomposición estaba en que los datos podían usarse en cualquier parte del mundo: alrededor de los 1250 a 1300 ADD [en grados Farenheit], un cuerpo en cualquier parte del mundo habría quedado reducido a puros huesos o a huesos recubiertos de tejido seco momificado.

Otros autores contemporáneos han tratado de refinar el concepto (cf. Alan Gunn, Essential Forensic Biology, pp. 258-60), pero a Sòng Cí no le resulta ajena esta idea y escribe ya de modo incipiente: En tiempo extremadamente frío, cinco días equivalen a un día de gran calor y la mitad de un mes equivale a tres días o cuatro de calor extremo. En primavera u otoño, cuando el tiempo es sereno, dos o tres días equivalen a un día de verano, y ocho o nueve días equivalen a tres o cuatro días estivales.

Sòng Cí sabe ya también que el esqueleto humano antes de la pubertad es andrógino, no se ha diferenciado: Cuando debas pronunciarte acerca del esqueleto de una criatura, di: “Ésta es una criatura de doce o trece años.” Si la gente te lo discute y pregunta por qué no determinas si se trata de un niño o una niña, replica que en tales circunstancias lo propio inicialmente es decir que la víctima es una criatura de doce o trece años. Así, no es necesario decir si se trata de niño o niña.

Tiene ya claro, además, el concepto de escena primaria y secundaria, así como los signos por medio de los cuales detectar el traslado del cadáver según haya sido la muerte: A menudo se dan casos de suicidio por ahorcamiento entre las sirvientas, sirvientes y otros residentes de la casa no emparentados con los señores. La gente de la casa, ignorantes de la ley y tratando de evitar el mal olor así como librarse de la investigación, trasladan el cuerpo al exterior y lo cuelgan otra vez. En estos casos, debido al cambio de la posición relativa de la primera cicatriz, se observarán dos cicatrices. La más antigua será de color rojo púrpura con sangre debajo de la piel. La marca derivada de colgar por segunda vez el cuerpo después de trasladarlo será blanca sin trazas de sangre.

Y no se le escapa que, en temas de investigación forense, el criminalista no puede fiarse de las apariencias ni dar nada por supuesto. Aboga, así, por una expresión verbal y escrita que se remita estrictamente los hechos sin incluir, consciente o inconscientemente, ninguna aserción especulativa: En general, al llevar a cabo investigaciones [sobre casos de de suicidio por ahorcamiento], uno no debería obstinarse precipitadamente en que la causa de la muerte es el colgamiento, cuando dicha causa no es claramente distinguible. En todas las muertes de esta índole, indíquese meramente que la persona, aún viva, se puso una cuerda alrededor del cuello y que padeció mortalmente y murió. Así se mantiene uno en guardia frente a la posibilidad de que la víctima hubiese sufrido algún otro tipo de juego sucio. Supóngase que la víctima estaba durmiendo y que otra persona cogió la cuerda, lo estranguló y luego lo colgó en ese lugar. ¿Cómo podría ver el investigador aquí un caso claro de suicidio por ahorcamiento? Hay que ser muy cuidadoso en estos casos.

Es cierto que la obra incorpora elementos fantásticos y supersticiosos que formaban parte del sistema de creencias de la época —como la idea de que un tigre muerde en la cabeza a principios de mes, en el estómago a mediados y en las piernas a finales—. Pero, por otra parte, es tan meticulosa en los signos que el investigador puede esperar en los diferentes tipos de muerte, en sus consejos acerca de cómo distinguir el homicidio del suicidio y la muerte real de la simulada, así como en el protocolo de acción que hace de la investigación un procedimiento ordenado y concienzudo, que el criminalista de nuestro tiempo no puede leerla sin formidable admiración.

A mi modo de ver, sólo unas pocas críticas marginales pueden hacérsele a esta edición. En primer lugar, y desde el punto de vista filológico, habría sido importante precisar la lengua de la versión original así como las características de la misma en el periodo lingüístico en el que se escribe la obra: decir que ésta se ha traducido del “chino clásico” equivale a algo tan vago como alegar que se ha vertido El Mío Cid desde el “europeo medieval”. Además, habría sido deseable una transliteración más universal del chino —como el sistema pinyin, por ejemplo— o, cuando menos, aclarar en detalle el método seguido. Incorporar la grafía original de todos —no sólo algunos— de los términos clave, especializados y dudosos, habría merecido el agradecimiento de los que conocemos y disfrutamos del sistema sinográfico de escritura. Finalmente, y desde el punto de vista médico forense, habría sido de sumo interés añadir comentarios críticos de especialistas actuales sobre las diversas metodologías de análisis expuestas en la obra, esclareciendo hasta qué punto resultaban eficaces o meramente ingenuas.