viernes, 2 de octubre de 2015

PO 3-9x 42: TELEMIRA DRAGUNOV


La ПО (PO) 3-9 x 42, una de las típicas telemiras del precario rifle sniper semiauto soviético, tiene una serie de características diferenciadoras respecto de las miras telescópicas comunes que, con mayor o menor acierto, uno pondría a su Remington Police 700, su Blaser LRS2 o su Barrett B98. Se trata de particularidades que, por una parte, facilitan su uso y, por la otra, lo complican. En cualquier caso, no contribuyen justamente a su precisión.

En primer lugar, la PO se fija al lateral izquierdo de la caja del cerrojo del rifle mediante un sistema de raíles sobre el que se desliza el mecanismo de sujeción de la telemira. Una vez en su punto de anclaje en el extremo frontal de las guías, la mira queda fijada mediante una palanca de bloqueo.

Raíles en el lateral izquierdo del Dragunov.

 Sistema de anclaje de la PO.
 
 PO 3-9x 42 montada en el lateral del Dragunov.

 
Este método, aunque útil y rápido para la colocación y extracción de la PO, no es tan exacto como para impedir que se produzcan variaciones en el punto de impacto una vez establecido el cero del rifle. Se dan desviaciones:

1.   de disparo a disparo, porque el retroceso del arma mueve ligeramente la telemira, sobre todo cuando los raíles se contraen o se dilatan debido a la temperatura ambiente;
2.   y cada vez que la PO se recoloca, después de desmontarla del rifle para su transporte o mantenimiento.

Además, una vez montada, la línea media de visión de la telemira queda a 6 cm. por encima del eje del cañón del rifle y a 2,5 cm. a su izquierda. Eso implica que la línea de mira y la línea de proyección del cañón se mueven en coordenadas demasiado alejadas y, por tanto, que el área efectiva de impacto es muy corta, muy puntual. Por área efectiva de impacto me refiero, por supuesto, a toda esa distancia en la que el proyectil impactaría pulgada arriba o pulgada abajo del centro de impacto específico buscado. Es lo que Anthony Cirincione, en su imprescindible libro Long-Range Precision Rifle, llama distancia cero o cero de caza y que con calibres de 7,62 mm. (como el del Dragunov) puede cubrir hasta 200 m. de longitud, si la mira está bien alineada con el cañón. Es más, al quedar la telemira a la izquierda del cañón, las correcciones sobre el cero para el tiro de larga distancia hay que aplicarlas, no sólo en altura, sino también en deriva.

Desde detrás del rifle pueden observarse las líneas de proyección distintas que siguen el cañón y la telemira montada a su izquierda.


Éste era un problema que ya tenía el viejo rifle de francotirador confederado Whitworth con su mira telescópica Davidson, de fabricación inglesa.

Otro elemento peculiar de la PO es su retícula, situada en segundo plano focal  con un diseño cuya utilidad no resulta inmediatamente intuitivo.

 

De hecho, es un diseño pensado para adquirir el blanco humano muy rápidamente. Una vez establecido el cero con el mínimo de aumentos (3x), al girar la torreta lateral que regula los aumentos de modo que el rectángulo y su línea suscrita queden superpuestos sobre el blanco, queda enmarcada un área de 0,75-1,5 m. de altura y 0,5 m. de anchura. El número en el 12 horario indica los aumentos aplicados y, multiplicado por 100, la distancia a la que se halla el objetivo. El disparo puede realizarse entonces corrigiendo los MOA necesarios en la torreta correspondiente o readquiriendo el blanco con el cheurón oportuno de la escala BDC (bullet drop compensation) en la línea vertical central de la mitad inferior de la retícula. La línea horizontal central sirve para la corrección de la deriva en términos de milirradianes (10 cm. a los 100 m. por cada división).

 




Ambas torretas, la de altura y la de deriva, tienen las inscripciones en cirílico, lo que no facilita las cosas a los desconocedores del ruso. En la primera, B está por Вверх (subir) el СТП (punto medio de impacto) y H está por Вниз (bajarlo). En la segunda, П está por Вправо (hacia la derecha) y Л está por Влево (hacia la izquierda).



Para el tiro de precisión en galería, sin embargo, hay que tener en cuenta que, al estar la retícula en segúndo plano focal, el punto de impacto se desplaza con los aumentos. Como curiosidad, véase la siguiente secuencia de disparos realizada a 50 m., apuntando al centro de la diana y subiendo los aumentos gradualmente desde el mínimo hasta el máximo.

 
 
Entre el impacto en extremo inferior del blanco (con 3 x) y el impacto en el extremo superior (con 9x) hay una separación de 44,5 cm., que a esta distancia corresponde aproximadamente a una desviación de 30 MOA.

miércoles, 13 de mayo de 2015

CIENCIA FORENSE CHINA EN EL SIGLO XIII


Cuando en Europa faltaban algo más de dos siglos y medio para la publicación de los primeros tratados que se consideran el origen de la medicina forense occidental, en China el erudito e investigador Sung T’zu (Sòng Cí, en la transliteración unificada pinyin: no confundir con el Sung Tzu autor del celebre tratado El Arte de la Guerra, un general del siglo VI) realizaba ya una recopilación crítica y comentada de textos de interés criminalista —con especial énfasis en la patología y antropología forenses—, que venían escribiéndose en el Imperio Amarillo desde, al menos, el siglo III a.C. Tituló la obra Xí-yuān lù jí-zhèng, que significa algo así como Recopilación de Casos de Injusticia Rectificada, y la publicó en el año 1247 con el ánimo de instruir a los funcionarios comisionados para la investigación de casos de muertes dudosas.

Existen numerosas traducciones de este libro a las lenguas europeas. Alguna de ellas, como la de H. A. Giles, de 1924, pueden encontrarse online. Pero, según el consenso general, la versión más completa, fiable y coherente de esta pequeña joya literaria es la de Brian E. McKnight, de 1981, publicada con el título de The Washing Away Of Wrongs y con una generosa introducción que ayuda a comprender el contexto sociocultural en el que vivió, investigó y escribió Sòng Cí.


Este libro puede conseguirse todavía a través de Amazon por un precio nada asequible, si bien existe una versión barata del mismo que no ha generado buenas críticas, en absoluto.

No es que la obra de Sòng Cí vaya a revelarle nada nuevo al criminalista del siglo XXI, pero sí le ofrece una perspectiva histórica necesaria para comprender de un modo más real y más completo su propia materia. Series como CSI, Bones y un largo etcétera nos han acostumbrado a contemplar la investigación criminal en términos muy tecnófilos, muy vanguardistas, muy futuristas... los de un futuro hecho presente por virtud del imparable progreso científico. Sòng Cí nos muestra, sin embargo, que la criminalística era una disciplina eficiente, exigente y bien consolidada en la China de su tiempo e incluso anterior.


Del investigador criminal se requería ya entonces objetividad, honestidad, minuciosidad y rigor. Si la dificultad del proceso le obligaba a pernoctar en la aldea donde se había producido la muerte dudosa objeto de su investigación, debía asegurarse de que los dueños de la casa donde se alojaba no estuvieran emparentados ni con la víctima ni con el acusado para no dar lugar a sospechas de favoritismo entre las personas relacionadas de uno u otro modo con el caso. Antes de examinar el cadáver, tenía que estudiar las circunstancias del posible crimen y la victimología del fallecido a partir de los alegatos de testigos directos e indirectos y de los documentos concernientes. Si la víctima estaba sólo herida, había que establecer un “límite de muerte”, esto es, un periodo máximo de tiempo dentro del cual la muerte del dañado (si finalmente se producía) se consideraría, a todos los efectos legales, consecuencia de las lesiones sufridas. En este caso, el acusado era condenado por homicidio; en caso contrario, meramente por un delito de lesiones, recibiendo la pena menor correspondiente. El “límite de muerte”, en cualquier caso, se estipulaba de acuerdo con el tipo de lesión sufrida y la naturaleza del instrumento con el que se había infligido.  

El examen del cadáver incluía la descripción y medición del contexto físico en que se hallaba y de la posición del cuerpo en relación a todo el resto del escenario. Las heridas tenían que ser medidas en anchura, longitud y profundidad. Posteriormente se proclamaban en voz alta; se marcaban con tinta roja, según su localización en el cadáver, en las ilustraciones impresas del cuerpo humano —dorsales y ventrales— que el funcionario forense llevaba consigo; se mostraban a todos los participantes en la investigación y, si éstos estaban de acuerdo con la representación final, firmaban los impresos otorgándoles categoría de documentos probatorios... Impresos, sí, porque la imprenta, tanto xilográfica como metálica de tipos móviles, estaba ya bien establecida en la China del siglo XIII.


El cadáver debía ser examinado fuese cual fuese su estado: fresco, hinchado, en avanzada descomposición o esqueletonizado. Había métodos (cuya eficacia este comentarista se ve incapaz de juzgar) para tratar el cuerpo de modo que se manifestasen en él las heridas, contusiones y fracturas no aparentes. En caso de múltiples lesiones, había que identificar específicamente la causante de la muerte; en caso de múltiples asaltantes, había que identificar específicamente al principal responsable, el causante del traumatismo mortal. A la primera investigación sucedía con frecuencia una segunda, de carácter supervisor, y el funcionario forense original era penal y plenamente responsable de sus errores voluntarios tanto como involuntarios.

El libro de Sòng Cí revela que en su tiempo había ya conocimientos, cuando menos rudimentarios, de entomología forense. Cuenta, por ejemplo, el caso de un crimen cometido con una hoz. El investigador, incapaz de resolver el asunto por medio de la victimología del asesinado, mandó que todo el que tuviera hoz en la aldea se la presentase. Depositó todas las hoces en el campo, bajo el sol, y observó que las moscas acudían a una sola de ellas, la que tenía en su hoja restos de sangre no perceptibles por la vista humana. Detuvo al dueño del arma asesina y logró de él una confesión instantánea, viéndose el desdichado incapaz de contradecir el testimonio de los impertinentes bicharracos.


El concepto de “descomposición diferencial” (la descomposición acelerada que provocan los insectos en las heridas del cadáver) no era ajeno a Sòng Cí: Durante los meses cálidos, si los gusanos no han aparecido todavía en los nueve orificios [los naturales], pero lo han hecho en las sienes, la línea del nacimiento del cabello, la caja torácica, o el vientre, es porque estas partes han sido heridas.

La relación entre la temperatura climática y la velocidad de descomposición de un cadáver no es algo que requiera de mucha observación o reflexión para ser percibida. Sin embargo, su cuantificación no es precisamente sencilla. Bill Bass, por ejemplo, el creador de la Granja de Cadáveres (Body Farm), tras rigurosos estudios en su macabro laboratorio de la putrefacción humana, llegó al concepto de “grados diarios acumulados” (accumulated degree days) o ADD en sus siglas inglesas. El ADD es una unidad de medición que correlaciona el nivel de descomposición de un cuerpo con la cantidad de calor climático que le ha afectado desde el momento de la muerte. Diez días a 30oC de temperatura media en verano constituyen 300 ADD (30 x 10), que son equivalentes a 30 días a 10oC de temperatura media en invierno. Tanto en una estación como en otra, un cadáver con 300 ADD (o grados de temperatura acumulados) mostrará unos signos de descomposición específicos, de modo que, para conocer el intervalo postmórtem, basta con ir restando de la cantidad de ADD correspondiente a ese estado de decaimiento la temperatura media de cada día precedente hasta llegar a cero:

ADD - (TMP1 + TMP2 + TMP3 ... + TMPn) = 0
o bien:
ADD = TMP1 + TMP2 + TMP3 ... + TMPn
=> IPM = n
 
donde ADD es la cantidad de grados acumulados correlativa a un estado de decaimiento específico, TMP es la temperatura media diaria precedente, desde el día del hallazgo del cuerpo (TMP1) hasta el día de la muerte (TMPn), e IPM es el intervalo postmórtem. Resumiendo, de acuerdo con Bass, el tiempo transcurrido entre la muerte y el hallazgo del cadáver en un escenario determinado es igual al número de días necesarios, de temperatura media conocida, para acumular la cantidad de calor correlativa a un estado de descomposición específico. La belleza de usar ADD —escribe Bass (Beyond the Body Farm, p. 10)— para registrar la descomposición estaba en que los datos podían usarse en cualquier parte del mundo: alrededor de los 1250 a 1300 ADD [en grados Farenheit], un cuerpo en cualquier parte del mundo habría quedado reducido a puros huesos o a huesos recubiertos de tejido seco momificado.

Otros autores contemporáneos han tratado de refinar el concepto (cf. Alan Gunn, Essential Forensic Biology, pp. 258-60), pero a Sòng Cí no le resulta ajena esta idea y escribe ya de modo incipiente: En tiempo extremadamente frío, cinco días equivalen a un día de gran calor y la mitad de un mes equivale a tres días o cuatro de calor extremo. En primavera u otoño, cuando el tiempo es sereno, dos o tres días equivalen a un día de verano, y ocho o nueve días equivalen a tres o cuatro días estivales.

Sòng Cí sabe ya también que el esqueleto humano antes de la pubertad es andrógino, no se ha diferenciado: Cuando debas pronunciarte acerca del esqueleto de una criatura, di: “Ésta es una criatura de doce o trece años.” Si la gente te lo discute y pregunta por qué no determinas si se trata de un niño o una niña, replica que en tales circunstancias lo propio inicialmente es decir que la víctima es una criatura de doce o trece años. Así, no es necesario decir si se trata de niño o niña.

Tiene ya claro, además, el concepto de escena primaria y secundaria, así como los signos por medio de los cuales detectar el traslado del cadáver según haya sido la muerte: A menudo se dan casos de suicidio por ahorcamiento entre las sirvientas, sirvientes y otros residentes de la casa no emparentados con los señores. La gente de la casa, ignorantes de la ley y tratando de evitar el mal olor así como librarse de la investigación, trasladan el cuerpo al exterior y lo cuelgan otra vez. En estos casos, debido al cambio de la posición relativa de la primera cicatriz, se observarán dos cicatrices. La más antigua será de color rojo púrpura con sangre debajo de la piel. La marca derivada de colgar por segunda vez el cuerpo después de trasladarlo será blanca sin trazas de sangre.

Y no se le escapa que, en temas de investigación forense, el criminalista no puede fiarse de las apariencias ni dar nada por supuesto. Aboga, así, por una expresión verbal y escrita que se remita estrictamente los hechos sin incluir, consciente o inconscientemente, ninguna aserción especulativa: En general, al llevar a cabo investigaciones [sobre casos de de suicidio por ahorcamiento], uno no debería obstinarse precipitadamente en que la causa de la muerte es el colgamiento, cuando dicha causa no es claramente distinguible. En todas las muertes de esta índole, indíquese meramente que la persona, aún viva, se puso una cuerda alrededor del cuello y que padeció mortalmente y murió. Así se mantiene uno en guardia frente a la posibilidad de que la víctima hubiese sufrido algún otro tipo de juego sucio. Supóngase que la víctima estaba durmiendo y que otra persona cogió la cuerda, lo estranguló y luego lo colgó en ese lugar. ¿Cómo podría ver el investigador aquí un caso claro de suicidio por ahorcamiento? Hay que ser muy cuidadoso en estos casos.

Es cierto que la obra incorpora elementos fantásticos y supersticiosos que formaban parte del sistema de creencias de la época —como la idea de que un tigre muerde en la cabeza a principios de mes, en el estómago a mediados y en las piernas a finales—. Pero, por otra parte, es tan meticulosa en los signos que el investigador puede esperar en los diferentes tipos de muerte, en sus consejos acerca de cómo distinguir el homicidio del suicidio y la muerte real de la simulada, así como en el protocolo de acción que hace de la investigación un procedimiento ordenado y concienzudo, que el criminalista de nuestro tiempo no puede leerla sin formidable admiración.

A mi modo de ver, sólo unas pocas críticas marginales pueden hacérsele a esta edición. En primer lugar, y desde el punto de vista filológico, habría sido importante precisar la lengua de la versión original así como las características de la misma en el periodo lingüístico en el que se escribe la obra: decir que ésta se ha traducido del “chino clásico” equivale a algo tan vago como alegar que se ha vertido El Mío Cid desde el “europeo medieval”. Además, habría sido deseable una transliteración más universal del chino —como el sistema pinyin, por ejemplo— o, cuando menos, aclarar en detalle el método seguido. Incorporar la grafía original de todos —no sólo algunos— de los términos clave, especializados y dudosos, habría merecido el agradecimiento de los que conocemos y disfrutamos del sistema sinográfico de escritura. Finalmente, y desde el punto de vista médico forense, habría sido de sumo interés añadir comentarios críticos de especialistas actuales sobre las diversas metodologías de análisis expuestas en la obra, esclareciendo hasta qué punto resultaban eficaces o meramente ingenuas.

     


 
 

sábado, 4 de abril de 2015

FUTURE CRIMES... Y ABUSOS PRESENTES


Future Crimes es el título del libro que en los últimos tiempos no me canso de recomendar a todos aquellos de mis conocidos que pueden leer con fluidez en inglés. Y a los que no les sugiero que no se pierdan la edición española cuando llegue, si es que llega antes de que los crímenes futuros sean cosa ya de un lejano pasado... como a menudo ocurre en nuestro país, en la periferia de la civilización. Es un libro reciente, no hace ni dos meses desde su publicación. Su autor, Marc Goodman, trabaja con la Interpol y el FBI, y es el fundador del Future Crimes Institute (www.futurecrimes.com). Sabe de lo que habla. Escribe con inteligencia, no exenta de ciertas dosis de certero sarcasmo, una prosa eficiente y fluida. Pero si hay un adjetivo que no se puede omitir en la descripción del libro es “espeluznante”: léelo y no volverás a mirar nunca igual a tu tostadora (ni tu tostadora volverá a mirarte a ti) del mismo modo.

¿Por qué “espeluznante”? Porque Goodman pone en evidencia lo que hoy mismo, ahora mismo, pueden hacer con todos los innumerables datos que vertemos voluntariamente a  Internet (como este mismo artículo) toda una serie de actores —o mejor dicho, observadores tras el cortinaje— para servir a sus propios fines, ya sean comerciales, estatales, policiales, criminales, o de cualquier otra índole concebible. Todo rastro digital, cada página visitada, cada comentario realizado en un foro, cada aireado “me gusta” o “no me gusta”, cada compra realizada, cada e-mail enviado, etc. etc. etc. va creando una personalidad digital que le dice al negociante qué anunciarte, qué venderte; al Estado, qué tipo de ciudadano eres; a la policía, cuán peligroso has sido, eres o puedes llegar a ser; al criminal, cuáles son tus vulnerabilidades y qué tienes que pueda interesarle... Esos son los abusos presentes. Los crímenes futuros vienen con la extensión de Internet vía WiFi, Bluetooth, o lo que sea al dominio de los objetos físicos (IoT —Internet of Things) y al de la nanotecnología médica y biónica (IoY —Internet of You). Y es que la tecnología digital avanza exponencialmente más rápido que los protocolos de seguridad y no hay absolutamente nada que no sea hackeable.





Hoy puede leerse en el periódico la siguiente noticia: “Interior encarga un megacerebro capaz de localizar terroristas entre los pasajeros” (http://www.abc.es/espana/20150404/abci-megacerebro-localizar-terroristas-201504041137.html). Alguien en el gobierno debe de haber leído Future Crimes. O se lo habrán contado (no he sido yo), porque eso de leer los del gobierno... Lo de “megacerebro”, por supuesto, es algo entre la hipérbole y la metáfora del periodismo efectista. En realidad se trata de un algoritmo capaz de correlacionar tu DNI o pasaporte con todo tu rastro digital. Es el mismo tipo de algoritmo que provocó una pérdida de 1.200 millones de dólares hace un par de años en Wall Street porque un cibercomando del ejército sirio lanzó un twitter hablando de una explosión en la Casa Blanca y de que Obama estaba herido. El 70% de los movimientos en la bolsa americana están controlados por algoritmos robotizados que piensan y deciden en millonésimas de segundo: correlacionaron Casa Blanca — explosión — Obama — herido, verificaron la sintaxis y decidieron que era el momento de vender acciones masivamente. ¡Flash Crash!

El mismo tipo de algoritmo o “megacerebro” hizo que la policía americana detuviera a una chica inglesa a su llegada a Los Ángeles porque había anunciado en su página de Facebook que se iba a los EEUU a pasárselo en grande y, para describir que planeaba ir de fiesta en fiesta hasta reventar, se le ocurrió usar la expresión —común en inglés británico— de “voy a destruir América”. Toda su fiesta fueron 48 horas detenida en el calabozo del aeropuerto, tras las que América la envió de vuelta a casa para que destruyese todo lo que quisiera, pero en su nativa Albión.

¿Megacerebros...? Más bien arma definitiva contra la libertad de expresión. Eso confirma que, en última instancia, el Estado y los terroristas son el binomio perfecto para reducir la ciudadanía a un rebaño de castrati, de balidos tan agudos como inocuos.

Como recomendación final: quien prefiera la experiencia cinematográfica/televisiva a la lectura sacará una idea muy próxima de los abusos presentes y crímenes futuros descritos en la obra de Goodman recurriendo a la serie recién inaugurada de CSI: Cyber. Cada episodio parece extraído de uno de los casos del libro. 

Al que prefiera la ciencia-ficción a la ciencia-forense-ficción le propongo, sin embargo, la más veterana Persons of Interest con su célebre "the government has a secret system, a machine, that spies on you every hour of every day": la narrativa puede que sea extravagante, pero la cibervigilancia descrita en la serie ya no lo es.

martes, 10 de marzo de 2015

CRIMINALÍSTICA Y FILOLOGÍA



Es cierto que un filólogo en el campo de la criminalística es una rara avis, al menos en nuestro país. Y, sin embargo, no hay disciplinas más próximas que estas dos... aunque, para comprenderlo, hace falta realmente un filólogo. Años atrás, al enunciar sus titulaciones como prólogo a la defensa de un informe de fonética forense durante un juicio, el juez preguntó a un colega mío qué infiernos tenía que ver la fonética con la filología. Si la cultura de alguna de sus señorías no alcanza a atisbar que el estudio de los sonidos del lenguaje es parte de la ciencia que estudia el lenguaje mismo, no es extraño que más de uno se sorprenda de que haya quien llegue a la criminalística desde una formación académica filológica. 


Sea como sea, lo que une filología y criminalística, estas dos disciplinas en apariencia tan diversas, no son esas áreas de intersección o solapamiento que comparten, como la fonética forense o la grafística, sino algo esencial que tiene fundamentales consecuencias metodológicas. 


Y es que tanto el lenguaje como la escena del crimen son sofisticados sistemas de señales, cada uno con su sintaxis, su gramática. Esta analogía va mucho más allá del intento de acuñar una metáfora poetizante. Es literal. Es literal en el sentido de que la sintaxis es la estructura básica con la que un sistema de señales se organiza para generar mensajes coherentes. Da igual que se trate de palabras o de restos balísticos esparcidos por el suelo: las sintaxis difieren, pero la predisposición mental para captar la mecánica interna productora de significados es la misma. Filología y criminalística son materias hermanas, ambas derivadas de la semiología. 


Sólo un semiólogo habría podido escribir El Nombre de la Rosa.