El stopping
power es un concepto de balística terminal en su dimensión fisiopatológica
con importantes consecuencias tácticas y operativas, sobre todo, en la
selección de la munición a emplear en un tipo de misión específico. Más
concretamente el stopping power es una magnitud que intenta cuantificar
cuán lesivo para el oponente en combate es un proyectil disparado en
condiciones determinadas.
Como idea,
tiene sus detractores y sus defensores. El problema con los primeros es que
para desautorizar esta noción recurren demasiado a menudo a la “estrategia del
molino de viento” (o, si uno está más inclinado a pensar en términos
anglosajones, “del hombre de paja”). Dicha estrategia argumentativa consiste en
atacar, no el concepto en sí (“el gigante”), sino una versión simplista del
mismo (“el molino de viento”) creada ad hoc con efectos ridiculizantes o
extraída, por pura ignorancia, del rumor popular.
La versión
simplista del stopping power consiste en imaginar que el momento lineal de un proyectil con “poder de parada” es capaz, por sí mismo, de
detener el avance de un hostil o, directamente, de tumbarlo en el suelo. El
momento, recordémoslo, viene a ser una medida del “golpe” del
proyectil (su masa por su velocidad). Un proyectil de 124 grains a 400 m/s tiene un momento lineal de 3,2 kg·m/s, mientras que un hombre de 70 kg que camina con paso normal, a 5 km/h (1,38 m/s) tiene un momento de 96,6 kg·m/s. La desproporción es obvia. Está claro que ninguno de los proyectiles
convencionales disparados por arma ligera tiene el poder de tumbar a un ser
humano de peso también convencional por la mera magia de su masa y velocidad o
—dicho de un modo menos metafórico y más técnico— por la transmisión parcial o
total de su momento.
Esta
versión reduccionista del stopping power, sin embargo, es la que
embisten sus detractores y la que, con paternalista autocomplacencia, muestran
acorralada y vencida como si fueran los poseedores de un sofisticado
conocimiento físico y todo el mundo alrededor fuese ignorante. La cuestión es
que nadie que haya reflexionado seriamente sobre este concepto o se haya
entretenido en calcular su magnitud ha dicho nunca estupidez semejante.
La
preocupación por el “poder de parada” de los proyectiles de las armas ligeras
empieza, obviamente, con la invención de dichos instrumentos de destrucción
humana. Para eso se crearon... y la lesividad de los mismos no era otra cosa
que la medida de su eficacia. Ahora bien, no vamos a perdernos en la
prehistoria del concepto, sino a tomarlo en el momento en que cristaliza como
tal y comienzan los intentos “científicos” (entre comillas porque la ciencia en
estos intentos es discutible) de cuantificarlo.
Desde
principios del siglo xx, esos intentos han sido fundamentalmente de tres tipos:
- Empíricos:
- Stopping Power o Poder de Parada, del War Department Board USA (1904; cf. el capítulo “Stopping Power of Projectiles from Rifles, Pistols and Revolvers” del libro Gunshot Injuries, escrito por el coronel Louis A. La Garde, que formó parte de dicho panel).
- Relative Incapacitation Index (RII) o Índice de Incapacitación Relativo, del American National Institute of Law Enforcement (1973).
- Average Incapacitation Time (AIT) o Tiempo Medio de Incapacitación, según los tests de Estrasburgo (1991).
- Estadísticos:
- One Shot Stop (OSS) o Parada con un Único Disparo, de Evan P. Marshall y Edwin J. Sanow (1992; cf. Handgun Stopping Power: The Definitive Study).
- Especulativos:
- Relative Stopping Power (RSP) o Poder de Parada Relativo, del militar norteamericano Julian Hatcher (1935; cf. el capítulo “Bullet Effect and Shock Power” de su obra Pistols and Revolvers).
- Wound Trauma Incapacitation (WTI) o Trauma de Herida Incapacitante, de Duncan MacPherson (1994; cf. Bullet Penetration: Modelling the Dynamics and the Incapacitation Resulting from Wound Trauma).
- Quantitative Model o Modelo Cuantitativo de Charles Schwartz (2012; cf. Quantitative Ammunition Selection).
Sin duda
habrá habido otros muchos intentos, con menor repercusión bibliográfica, de los
que este autor confiesa su ignorancia. Los habrá habido también de carácter
secreto, pues quién pondrá en cuestión que totalitarismos de cualquier extremo,
sirviéndose de la omnipotencia que les otorga el capricho del momento elevado a
ley suprema, hayan experimentado con enemigos del régimen. Los alemanes
probaron balas venenosas con prisioneros rusos durante la Segunda Guerra
Mundial y la monstruosidad del hombre no se atenúa con el progreso tecnológico,
sino que más bien aumenta.
El modo
empírico de responder “científicamente” al problema de cuantificar el stopping
power, sin embargo, ha venido siendo menos cruel que los ensayos nazis
(dependiendo, claro está, de la empatía que uno tenga con los difuntos, los cuadrúpedos cornudos,
o los prisioneros de guerra rusos). Ha consistido en efectuar disparos con
distintos calibres y configuraciones de proyectil contra cadáveres humanos y
animales vivos (sobre todo cabras), examinar los efectos fisiopatológicos de
los impactos y llegar a conclusiones sobre el nivel de lesividad de las
diferentes municiones.
De especial
interés para la historia militar fueron las pruebas del Departamento de Defensa
Norteamericano en 1904, pues condujeron a la adopción por el ejército de la
pistola Colt 1911 (.45 ACP) en substitución del revólver en calibre .38 Colt
que tan pobres resultados había dado a las tropas estadounidenses en Filipinas.
El método
empírico tiene aquí la ventaja de operar con datos fehacientemente registrados
a partir del comportamiento de armas, municiones y tejidos orgánicos. Ahora
bien, las condiciones experimentales, cuidadosamente calculadas y diseñadas, no
siempre son extrapolables al combate real. Por otra parte, la psicología del
que recibe el impacto del proyectil en combate juega un papel fundamental en su
tiempo de incapacitación y este factor no puede tenerse en cuenta en los
experimentos con animales vivos o cadáveres humanos... por más que el
Apocalipsis Zombi pueda hacernos pensar lo contrario.
Precisamente
porque puede factorizar hasta cierto punto (implícitamente) la psicología del
combatiente, reviste especial interés el método estadístico como el que emplean
Evan P. Marshall y Edwin J. Sanow en su obra Handgun Stopping Power: The
Definitive Study de 1992. El método estadístico opera con los datos
recogidos de hechos consumados en la vida real. Así, cuando nos dice que un
proyectil .357 Magnum de la casa Federal, de 125 grains, blindado, con punta
hueca, a 443 m/s, incapacitó al oponente al primer disparo en un 96,96% de las
ocasiones (en 448 enfrentamientos de un total de 462), no está suponiendo lo
que podría ocurrir con dicha munición, sino clarificando lo que ha ocurrido con
ella en combate real según el registro administrativo de dichos eventos.
¿Es
extrapolable este comportamiento pasado al tiempo futuro? Sí y no. A efectos de
futuro, el planteamiento estadístico es probabilístico, no causal, y las
probabilidades tienden a la congruencia con las estadísticas siempre y cuando las
variables tenidas en cuenta —y las no tenidas en cuenta— se mantengan estables.
Mucho más
ambicioso es el método especulativo, que trata de llegar a una ley general de
comportamiento y formularla en los términos de una ecuación. De los tres
ejemplos citados en este apartado, Hatcher, MacPherson y Schwartz, el de más
inmediata aplicación por la simplicidad del planteamiento es el RSP del primero
de estos autores. Hatcher elaboró originalmente una fórmula según la cual el stopping
power era función del área seccional del proyectil, la energía cinética del
mismo en boca de cañón y una tercera variable que él llamó shape factor
(“factor figura”, traducido así para no confundirlo con el form factor o
“factor forma” que entra en la ecuación del coeficiente balístico). Así:
RSP = A · EC0 · ff
RSP = Relative Stopping Power;
A = área seccional del proyectil;
EC0 = energía cinética inicial del proyectil;
ff = factor figura.
Más tarde,
sin embargo, llegó a la conclusión de que el factor relevante no era la energía
cinética, sino el momento lineal transmitido a los tejidos orgánicos
impactados y reformuló la ecuación en los términos siguientes:
RSP = A · p · ff
siendo p el momento lineal del proyectil.
En cuanto
al factor figura, atribuyó a diferentes configuraciones de proyectil valores
tanto más altos cuanto mayor su superficie inicial de impacto y su
deformabilidad:
Ojiva redondeada blindada = 900
Ojiva redondeada de punta plana = 1000
Ojiva redondeada de plomo = 1000
Ojiva roma de plomo = 1050
Ojiva de plomo culminada en un plano muy amplio =
1100
Wadcutter = 1250
Como puede
observarse, el planteamiento de Hatcher es simple pero simplista, práctico pero
de utilidad incierta. Viene a cristalizar en ecuación una idea que ya se
conocía desde la creación de las balas dum dum por los británicos en su
lucha contra las tribus del norte de la India: que a mayor velocidad,
superficie inicial de impacto y deformabilidad del proyectil más masa de tejido
orgánico es destruida y más posibilidades hay de ocasionar daños inmediatamente
incapacitantes.
Macpherson,
un ingeniero mecánico proveniente del mundo de la astrofísica, y Schwartz, un
polifacético personaje con titulaciones académicas en física y psicología, han
recorrido la línea trazada por Hatcher y llegado cada uno de ellos a un
conjunto de fórmulas que cuantifican la profundidad de penetración de
diferentes configuraciones de proyectil en tejido orgánico, la velocidad
residual de los mismos después de la perforación, la masa de tejido destruida,
etc.... fórmulas que sería inútil reproducir aquí sin seguir paso por paso el
desarrollo argumentativo de estos autores.
Como puede
verse por la historia de su desarrollo y por las muchas manifestaciones de este
concepto, el “poder de parada” no es ni mucho menos una idea absurda. Un
proyectil para cuando incapacita. Y un proyectil incapacita cuando al
ser humano o animal alcanzado le provoca un shock físico o psicológico (o ambos
a la vez) de tal magnitud que le impide proseguir su ataque.
¿Tiene
sentido, no obstante, la expresión “poder de parada” de un calibre o proyectil?
Desde el momento en que Teddy Roosevelt (por acudir a una lectura reciente de
su African Game Trails) pone de rodillas a un elefante a la carga con un
solo disparo de su rifle Holland & Holland en calibre .550/450
pero no con su Springfield .30-06, tiene sentido, efectivamente. ¿Es la
expresión más adecuada? Quizá no, por dos razones: primero, porque hace pensar
en un poder inherente del calibre o proyectil, mientras que ese poder ni es
inherente ni siquiera relativo, como propone Hatcher, sino potencial. Y segundo
porque la “parada” no es el aspecto esencial del fenómeno, sino consecuencia de
lo que nos interesa averiguar realmente: la incapacitación.
En efecto,
el poder lesivo del proyectil, basado en factores tales como su momento lineal, su deformabilidad o fragmentabilidad, su diámetro, etc. es potencial hasta
que no se concreta en un acto incapacitante. Si el tirador falla, si no impacta
un área vital, si no doblega la voluntad de lucha del oponente, la
potencialidad lesiva del proyectil resulta inútil. Por ello, quizá una expresión
más precisa y que daría lugar a menos malentendidos sería la de Poder
Potencial de Incapacitación.
Sin ánimo
de destronar la expresión secularmente establecida de stopping power ni
de añadir nuevas formulaciones matemáticas, termino aquí estas líneas esperando
haber arrojado algo de luz sobre un concepto tan controvertido.